Esta semana hice un comentario en redes sociales sobre unos cortes de luz que iban a empezar a hacerse para todo el verano de 1918, hace cien años. La verdad, es una información que encontré fortuitamente buceando en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional y que, sin embargo, me parece muy interesante. Tanto que os voy a escribir un artículo desarrollando este tema, porque tiene miga.
El día 24 de julio de 1918 el Gobierno de España publicó en la Gazeta (el BOE de antaño) un aviso: de acuerdo con la Sociedad Hidroeléctrica Española (SHE) y a Unión Eléctrica Madrileña (UEM) se había decidido aprobar una serie de cortes de luz y prohibiciones de uso de electricidad. Unos cortes tan restrictivos que incluso obligaban a parar las industrias los sábados por la tarde y los domingos.
La parte buena de la noticia es que sólo afectaba a Madrid capital. Pero claro, provocó la reacción de la prensa capitalina. Algunos periódicos decían que era una forma de favorecer a los periódicos de provincias (es el caso de El Correo Español). Otros, como El Globo, llamaban a los madrileños «a defenderse». Este periódico, en concreto, entendía la acción como un ataque de un catalán (Juan Ventosa, Comisario general de Abastos) contra el pueblo de Madrid (que apropiado hablar de esto 100 años después).
El caso es que la medida, en realidad, tenía sentido. Es más, por no tomar ese tipo de medidas la central eléctrica de Badajoz anunció un par de días después que desde el 1 de agosto directamente no podría producir energía.
En la medida anunciada por la Gazeta encontramos algunas pistas sobre el origen de estos problemas. Las dos empresas (SHE y UEM) querían o pretendían disminuir su necesidad de carbón, que es con lo que aparentemente abastecían sus centrales de reserva. Pero un detalle importante: el grueso de su producción dependía de la energía hidroeléctrica.
Aquí nos encontramos con el primer problema. Según podemos ver en El Globo ese año había un problema de sequía. De tal forma que las hidroeléctricas tenían miedo de que el caudal de los ríos disminuyera tanto como para tener que recurrir necesariamente a esas centrales de reserva. Teniendo en cuenta que las centrales de reserva están precisamente para situaciones de excepción, ¿cuál era el problema? Pues que a perro flaco todo son pulgas: también había carestía de carbón. . De hecho, la Madrid-Zaragoza-Alicante tuvo que subir sus precios para poder mantener su servicio ( en La energía eléctrica podemos ver un artículo criticando la dependencia del carbón de las líneas ferroviarias españolas).
¿Y a qué se debía esta carestía? Lo principal es que aunque es cierto que España era un país productor de carbón, producía (y produce) un carbón de muy mala calidad. Así, realmente el carbón más consumido era el inglés. Pero estamos hablando de 1918. Es decir, el Reino Unido estaba en plena la Primera Guerra Mundial. Y eso consumía prácticamente todos sus recursos, especialmente los humanos, lo que incluía a los mineros. O sea que la producción (y exportación) de carbón inglés se hundió.
Eliminado el carbón inglés de la ecuación se puede pensar: bueno, pues se aumenta la extracción de carbón peninsular y así, aunque sea de mala calidad, por lo menos lo hay en cantidad.
Sin embargo el señor Villasante, ingeniero jefe del Negociado de Minas, nos dio la clave en unas declaraciones recogidas por el diario El Sol. Cuando le preguntaron los periodistas si no se podría, efectivamente, aumentar la producción nacional, respondió que no. No sólo que no se pudiera aumentar, sino que había disminuido, porque de la misma manera que los mineros ingleses estaban ocupados en la guerra, los mineros españoles estaban ocupados realizando huelgas. Unas huelgas que se estaban llevando a cabo en esos mismos días en Puertollano (Ciudad Real) y en Peñarroya (Córdoba) e incluso en Castellón.
Estas huelgas tenían todas una misma motivación: los obreros querían un aumento salarial. Algo que era frecuente en estos años debido a la elevada inflación. Los obreros en general (no sólo los mineros) perdieron poder adquisitivo durante los años que duró la Gran Guerra, pese a los constantes aumentos salariales que consiguieron mediante sus huelgas -los informes del gobierno, que no cuentan todas las producidas, hablan de 256 huelgas en 1918-. En cambio, gracias al aumento de los precios y a los retrasos en los aumentos salariales, los industriales consiguieron mayores beneficios.
En definitiva, los cortes de luz de 1918 se debieron no a un capricho de las empresas, sino a algo mucho más grande. El conflicto europeo produjo una escasez de carbón; esta escasez de carbón derivó en un aumento de sus precios, que al mismo tiempo no eran más que una mínima parte de la inflación existente en aquellos años; esta inflación provocaba la depreciación del salario de los obreros, que exigían aumentos mediante huelgas; esas huelgas llevaban a su vez a parar la producción y aumentar más los precios. Todo esto, sumado a la sequía, lleva a las empresas eléctricas a temer la posibilidad de quedarse sin reservas para mantener un fluido eléctrico mínimo y suficiente para una vida normal en una sociedad industrial, y eso es lo que llevó a hacer este anuncio. ¡Pero también a amenazar al resto de España con las mismas restricciones! Por suerte, el día 28 de julio el Gobierno anunció que anulaba las medidas, y los madrileños pudieron continuar el verano con tranquilidad.
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